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Esteban Beltrán
Breve autobiografía


© Rocío Carnero

Esteban Beltrán Verdes lleva veinticinco años trabajando por los derechos humanos en todo el mundo. Desde hace más de una década es director de la Sección Española de Amnistía Internacional, que cuenta con más de 50.000 miembros. También es profesor de derechos humanos y desarrollo en cursos de post-grado en seis universidades españolas. Ha sido investigador de violaciones de derechos humanos para América Central, director de la Oficina del Secretario General de Amnistía Internacional y ha formado parte de más de veinte misiones de investigación en distintos países, entrevistando víctimas, gobiernos, medios de comunicación y organizaciones. Ha vivido en el Reino Unido, Argentina y Ecuador. Aunque publica regularmente artículos en la prensa española, éste es su primer libro de ensayo.

Las opiniones en él expresadas son siempre a título personal.

Siempre he tenido la sensación de haber venido al mundo
en el momento justo; soy un privilegiado por azar.
Nací un 3 de julio del año 1961, y por lo tanto me escapé
de los peores horrores del siglo xx en Europa; sólo conocí,
y como adolescente, los últimos años de la dictadura
franquista, y he vivido la mayor parte de mis 47 años con
cierta libertad de movimiento y pensamiento.

La poesía, las conversaciones con un mayordomo cojo,
borracho y anarquista, la parte moderna de mi conservadora
familia, la explosión de libertad de los años setenta
y, finalmente, el intento de golpe de estado de Tejero me
llevaron, con 20 años, a pelear por la libertad y a afiliarme
a Amnistía Internacional.

Nadie, ni yo mismo, lo hubiera pensado. Sólo parecían
interesarme entonces Hercules Poirot y Sherlock Holmes,
el fútbol del Real Madrid, los amigos, las novias que nunca
eran tales y, sorprendentemente, la poesía de Gabriel
Celaya, Blas de Otero, y también Miguel Hernández y
Antonio Machado en la voz de Serrat, pero, de alguna
manera, algo que todavía no he logrado identificar
concretamente me hizo llegar a la oficina de Amnistía
Internacional un 24 de febrero de 1981. Fue imposible
apuntarse, nadie me hizo caso, no era el mejor momento.
Así que regresé un año después y desde entonces, más de
25 años ya, sigo peleando por los derechos humanos.


En un primer momento que se prolongó siete años fui
un activista que trabajaba junto a muchos intentando liberar
presos de conciencia -recuerdo uno de un país que
ya no existe, la República Democrática Alemana- y el año
1989, en vez de acudir a la caída del muro de Berlín, acabé
al otro lado del mundo, en Argentina, y de ahí salté a
Ecuador a formar las secciones de Amnistía Internacional.
Recuerdo que llegué a ese país andino el mismo día en
que se desmovilizaba el movimiento guerrillero "Alfaro
Vive, Carajo". Acudí a la plaza, la mayoría de los desmovilizados
eran niños. En Argentina viví un intento del golpe
de estado de los "carapintada" y los primeros años del
gobierno de Menem.

Ya no regresé a España, me instalé en Londres y fui
durante un par de años el responsable del desarrollo
de Amnistía Internacional en América Latina en el Secretariado
de la organización. Conocí entonces ese subcontinente
de lado a lado, viajaba continuamente, eran
los primeros años de la década de los noventa. Conocí
el primer gobierno democrático en Chile después de
Pinochet y el fin de la dictadura eterna de Stroessner
en Paraguay, la entrega del poder sandinista de Ortega
a Violeta Chamorro en Nicaragua, los primeros años
de Fujimori en Perú, la sangría que no cesa hasta hoy
en Colombia, la desigualdad insultante de Venezuela
-recuerdo que al atardecer había un tráfico enorme de
helicópteros que se dirigían a las haciendas y sobrevolaban
los ranchitos pobres- y la sorprendente pulcritud
democrática de Costa Rica.

Después el mundo se me abrió aún mas y conocí parte
del África Subsahariana cuando me convertí en director
de la oficina del secretario general de la organización,
entonces Pierre Sané, senegalés y el funcionario de más
alto nivel de Amnistía Internacional. Me recuerdo preparando
las reuniones con funcionarios del gobierno y con
víctimas de violaciones de derechos humanos en Sudáfrica,
Senegal, Costa de Marfil o Ghana. Recuerdo especialmente
esa pequeña puerta por donde, en Senegal, salían
los miles y miles de esclavos en el siglo xix, o en Sudáfrica
la ilusión de la mayoría negra ante uno de los cambios
más reales que el mundo ha conocido: la caída del sistema
de apartheid y el nombramiento de Nelson Mandela,
muchos años preso, como Presidente.

Durante casi un año y medio -1996 y mitad del año
1997- América Latina volvió al centro de mi vida. Fui
investigador de violaciones de derechos humanos para
Guatemala, Costa Rica y Panamá. Eran años de esperanza
en Guatemala, se había llegado a un acuerdo de paz
supervisado por la ONU entre el gobierno y la guerrilla,
pero los abusos continuaban y mi trabajo consistía en documentarlos;
visitaba a familiares de desaparecidos, de
ejecutados extrajudicialmente y luego iba a pedir cuentas
a funcionarios del Estado y también hablaba con la
prensa. De Panamá recuerdo seres humanos torturados
y hacinados en cárceles con nombres irónicamente hermosos:
La Joya, La Modelo.

Volví a España en junio de 1997 y desde entonces soy director
de la Sección Española de Amnistía Internacional,
una organización con más de 50.000 socios en España
y que ha contribuido a mejorar los derechos humanos,
dentro y fuera de nuestro país, desde que fue legalizada
el año 1978. He conocido aquí también víctimas de violaciones
y abusos, cuatro gobiernos diferentes con los que
hablar y discrepar, y los cambios sociales que España vive
desde hace más de una década.

También doy clases de derechos humanos y desarrollo
en cursos de posgrado en seis universidades españolas:
un lugar de escape, como este libro que ustedes van a
tener en sus manos, cuando quiero expresar mis ideas
personales que no son, necesariamente, las de mi organización.
Last pero no least. Tengo una hija y un perro.